Irene Morales, nacida en Santiago, enviudó dos veces y, tras la ejecución de su segundo esposo en 1878, se unió al ejército chileno en la Guerra del Pacífico disfrazada de hombre. Participó en la toma del morro de Arica y se destacó tanto en combate como en el cuidado de heridos. Tras la guerra, fue olvidada y murió en 1890 en el Hospital San Borja.
Micaela Cáceres Naranjo
Se desconoce su nacimiento, pero tuvo una infancia y juventud en Valparaíso. Costurera de oficio, Micaela se desempeñaba como operaria de la Casa Günther, en Valparaíso, una importadora de ropa y taller de moda femenina. Había enviudado joven, por lo que su trabajo era su medio de subsistir. Las condiciones laborales, sin embargo, eran precarias y, aunque todos llevaban años asumiendo la situación, una tragedia los remeció. Una compañera de Micaela enfermó y pese a ello, siguió asistiendo al taller. No le quedaba otra opción; de lo contrario, no recibía su salario diario. Y así, terminó por fallecer.
La noticia conmocionó a Micaela, quien convocó a las obreras para organizarse en defensa de sus derechos de protección laboral. 150 mujeres respondieron a su invitación, fundando la Sociedad de Obreras Mutualistas de Valparaíso, que se constituyó en un referente del sindicalismo femenino para Chile y Sudamérica. La iniciativa se ganó la simpatía de la comunidad porteña y ayudó a su consolidación. En 1888, por ejemplo, el diario El Mercurio difundió los anuncios de la Sociedad sobre un bazar organizado para recolectar fondos con los que las obreras esperaban comprar un mausoleo. Para eso, hicieron una campaña de recolección de donaciones entre los comerciantes y filántropos de Valparaíso, que les regalaron productos que podrían vender en ese bazar.
Se desconoce el resto de la vida de Micaela, pero su ejemplo fue clave para que surgieran nuevas sociedades obreras en otras ciudades del país y del continente.
Javiera Carrera Verdugo
Nació en el seno de una familia de la élite de Santiago el 1 de marzo de 1781. Sus padres, Ignacio de la Carrera y Paula Verdugo Valdivieso, habían tenido tres hijos antes que ella, pero todos fallecieron tempranamente. Francisca Javiera fue, entonces, su hija mayor, a la que le siguieron tres hermanos más: Juan José, José Miguel y Luis. Su infancia y juventud debió ordenarse de acuerdo con lo que la sociedad tradicional dictaba para las mujeres de élite. Recibió una buena educación, aunque el foco formativo debió orientarse a que desarrollara las habilidades necesarias para administrar un hogar y desempeñarse a futuro como madre de familia. Se casó dos veces, a los 15 y 19 años, y tuvo 7 hijos. Javiera comenzó tempranamente a apoyar la causa patriota que lideraban sus hermanos, no sólo como un gesto de respaldo moral, sino participando en la articulación de redes de lealtad y generando iniciativas para sostener materialmente al bando independentista. Poco a poco, empezó a motivar a las mujeres de la élite a donar armas y joyas, organizaba el traslado y distribución de armamentos, acogía reuniones políticas en su casa, apoyaba la comunicación y mensajería, participaba de eventos y celebraciones públicas y confeccionaba material para las tropas, posiblemente vendas, uniformes, banderas y símbolos independentistas. Esta última tarea es la que pudo derivar en la atribución popular a Javiera como autora de la primera bandera nacional. Cuando los patriotas fueron derrotados por los realistas en 1814, ella decidió partir a Argentina con sus hermanos, para reorganizar la lucha. Permaneció allá, lejos de su esposo e hijos, hasta 1824, ya que los Carrera se enemistaron con O’Higgins, lo que llevó a la muerte a todos sus hermanos. El reencuentro y nueva convivencia entre Pedro Díaz de Valdés y Javiera Carrera en 1824 fue, lamentablemente, breve. En 1826, Pedro falleció. Desde entonces, Javiera vivió en su estancia de San Francisco del Monte. Sin embargo, los conflictivos años pasados no quedarían atrás, para ella, si no cerraba de manera adecuada, el compromiso y los cuidados que había dedicado a sus hermanos a lo largo de su vida. En 1828, con ayuda de su hijo Pío, logró la repatriación de sus cuerpos, lo que debió darle un cierto grado de paz. No obstante, el destino le tenía preparado aún algunos padecimientos. El 16 de octubre de 1828, el mismo Pío fue asesinado tras un altercado con otros jóvenes que lo acusaron de haber ofendido a uno de ellos. Es probable que, sobre todo desde entonces, Javiera haya buscado una vida retirada que pudiera darle paz. Desde su hacienda, dedicó tiempo a algunas obras de caridad y se volcó hacia una vida doméstica, alejada de los procesos políticos que comenzaban a consolidar para Chile un orden republicano. Las cartas que escribió a partir de entonces a algunos familiares y amigos trataban de asuntos cotidianos. Más allá de ellas, sus huellas se van perdiendo en los anales de la historia. Javiera Carrera falleció el 20 de agosto de 1862. Sus restos descansan, junto a los de sus hermanos, en la Catedral de Santiago. Mujer conflictuada y conflictiva, desafió a los modelos e ideales femeninos de su tiempo.